Guerra entre Israel y Palestina: No se dejen engañar, Biden está completamente de acuerdo con el genocidio en Gaza.
Esta es una traducción autorizada de un texto original de Jonathan Cook**, periodista especialista del Medio Oriente, para Middle East Eye. Fue publicado el 15 de noviembre de 2023.
La Casa Blanca se enfrenta a un dilema. Aunque tiene el poder de detener en seco la muerte y la destrucción en Gaza, cuando así lo quiera, ha escogido no hacerlo. Todo parece indicar que, en efecto, Estados Unidos ha decidido apoyar hasta las últimas consecuencias a Israel, su Estado cliente, dándole carta blanca para destruir el pequeño enclave costero de Gaza, sea cual sea el costo en vidas palestinas.
Sin embargo, la óptica de tal decisión — y eso es lo único que preocupa a Washington — es desastrosa, pues los reportes televisivos no paran de mostrar a cientos de miles de palestinos huyendo de sus casas destruidas a una escala jamás antes vista desde las anteriores operaciones de limpieza étnica masiva llevadas a cabo por Israel en Gaza en 1948 y 1967.
El nivel de destrucción es tal, que incluso a los medios occidentales[, alineados con Israel N. de la T.,] están viéndose en aprietos para ocultar la verdadera montaña de cuerpos aplastados y ensangrentados en Gaza. Hasta el [11 de noviembre N. de la T.] superaba ya los 11.000, el número de muertos conocido con miles más sepultados bajo los escombros. Los que aún sobreviven están siendo forzados encarar una política genocida, que les está privando desde hace semanas de alimentos, agua y energía.
Para el fin de semana, la guerra declarada de Israel contra Hamás se había convertido en una guerra abierta contra los hospitales de Gaza. Médicos Sin Fronteras informó que el hospital de Al Shifa, en la ciudad de Gaza, había sido bombardeado en repetidas ocasiones y que se le había cortado la electricidad. Una de las consecuencias horripilantes de esta acción fue la muerte de bebés prematuros justo después de que sus incubadoras dejaran de funcionar. El personal que trató de evacuar, tal y como Israel lo había ordenado, fue acribillado. En el hospital Al Rantisi se produjeron escenas similares.
La opinión pública en Occidente está cada vez más indignada. Las manifestaciones [en varias ciudades europeas y estadounidenses N. de la T.] han atraído un número extraordinariamente elevado de personas, lo que no se veía desde las masivas protestas contra la guerra de Irak hace 20 años.
A los aliados occidentales les está resultando cada día más difícil justificar su complicidad en los indiscutibles crímenes contra la humanidad [link añadido] que está llevando a cabo Israel. Al seno de la unión europea, el presidente francés Emmanuel Macron rompió filas con el bloque el fin de semana. Su mensaje fue resumido sin rodeos ni eufemismos por la BBC: “Macron pide a Israel que deje de matar a las mujeres y bebés de Gaza.”
En privado, los aliados de Estados Unidos en Oriente Medio le suplican que utilice su influencia para contener a Israel y Washington es consciente de lo rápido que los países de la región que son antagonistas de Israel podrían verse arrastrados al conflicto, ampliándolo y escalándolo peligrosamente.
La respuesta inmediata de los Estados Unidos ha consistido en desesperadas y absurdas propuestas de intervalos de pausas en los bombardeos y, justo antes de que saliera a flote la información acerca del asalto a Al Shifa, un pedido a Israel de llevar a cabo “acciones menos intrusivas” en los hospitales. El objetivo de esto es apaciguar las críticas, incluidas las de [más de 400 N. de T.] funcionarios de la administración que el martes enviaron una carta a Biden protestando por su apoyo irrestricto a Israel.
A esto se suma el rumor que Tony Blair — ex primer ministro británico que del lado de Estados Unidos llevó a cabo la invasión de Irak en 2003 violando el derecho internacional— podría actuar como “coordinador humanitario” de los países occidentales en Gaza.
Una ocupación que nunca ha dejado de ser
Sin embargo, lo que realmente necesitaría la administración Biden es una cortina de humo que le permita justificar el hecho de que sigue suministrando el armamento y la financiación que Israel necesita para poder llevar a cabo sus crímenes a plena luz del día.
El secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, expuso su estrategia la semana pasada en la cumbre del G7. En el terreno de la opinión pública, el objetivo general es desviar la atención de las políticas genocidas de Israel en Gaza y del respaldo de Washington a las mismas, hacia un debate puramente teórico sobre lo que podría ocurrir una vez finalizados los combates.
Esbozando su “visión” de la posguerra para Gaza, Blinken dijo: “También está claro que Israel no puede ocupar Gaza. Ahora bien, la realidad es que un periodo de transición al final del conflicto puede ser necesario ... No vislumbramos una reocupación de Gaza por parte de Isreale y de acuerdo con lo que he oído decir a los dirigentes israelíes, ellos tampoco tienen esa intención.”
Por su lado, James Cleverley, ex secretario de Asuntos Exteriores británico, hizo eco a las palabras de su homólogo estadounidense, insistiendo en que el poder en Gaza pasaría a manos de “un liderazgo palestino domesticado”. [Énfasis añadido].
Ambos parecen estar a favor de que Mahmoud Abbas se haga cargo de Gaza, o de lo que quede de ella. Pero esta maniobra de mala fe está completamente desfasada, incluso para los habituales estándares de mendacidad de ambos países. Tanto Estados Unidos como el Reino Unido quieren hacernos creer, al menos durante el periodo en que los palestinos sigan siendo masacrados, que se toman en serio la reactivación del cadáver ya congelado que es en realidad la solución de los dos Estados.
Las capas de engaño son tantas que se hace necesario retirarlas una a una.
El primer engaño flagrante es la insistencia de Washington en que Israel evite [énfasis añadido] “reocupar” Gaza. Blinken quiere hacernos creer que la ocupación de la franja terminó en 2005 cuando Israel desmanteló sus colonias y retiró a los soldados que protegían a los colonos. Pero si Gaza no estaba realmente ocupada antes de la actual invasión terrestre de Israel, ¿cómo explica Washington el bloqueo israelí del diminuto enclave durante los últimos 16 años? ¿Cómo ha conseguido Israel sellar las fronteras terrestres de Gaza, bloquear el acceso a sus aguas territoriales y patrullar su cielo las 24 horas del día?
La realidad es que desde 1967, Gaza no ha vivido ni un solo día libre de la ocupación israelí. Todo lo que Israel hizo hace 18 años, cuando retiró a sus colonos, fue dirigir la ocupación de manera más remota, explotando los nuevos avances en armamento y en tecnologías de vigilancia. En efecto, desarrolló y perfeccionó una ocupación a distancia muy sofisticada, utilizando a adolescentes israelíes con joysticks en lugares distantes para que jugaran a ser Dios con las vidas de 2,3 millones de palestinos encarcelados.
Israel no corre el riesgo de “reocupar” Gaza porque nunca ha dejado de ocuparla.
El simulacro de la confrontación
Otro engaño evidente es la impresión que Blinken está creando intencionadamente de que Estados Unidos se está preparando para una confrontación con Israel acerca del futuro de Gaza.
Benjamín Netanyahu, primer ministro israelí, ha dejado claro que no está de humor para sentarse con ningún dirigente palestino, ni siquiera uno del tipo domesticado. Así, el fin de semana volvió a declarar que Israel tomaría el “control de la seguridad” en el enclave apenas Hamás desapareciera.
“Hamás desaparecerá”, dijo a los israelíes el sábado por la noche. “No habrá ninguna autoridad civil que inculque en sus hijos el odio a Israel o los deseos de matar a israelíes o destruir el Estado de Israel.” Añadió que las tropas israelíes podrían “entrar [a Gaza] a su antojo para matar terroristas.” Ciertamente, los mandos militares israelíes parecen estar tomándose este mensaje muy a pecho y están declarando que volvieron a Gaza para quedarse.
Pero la idea de que Israel y Washington están desalineados respecto al futuro de Gaza es pura superchería. Se trata nada más de una falsa “disputa” fabricada para que parezca que la administración Biden, al impulsar las negociaciones, se está poniendo del lado de los palestinos y en contra de Israel.
Nada podría estar más lejos de la realidad, pero el simulacro beneficia a ambas partes. Estados Unidos quiere dar la impresión de que un día de estos —después de que todas los hogares de Gaza hayan sido destruidos y que su población sometida a una limpieza étnica— arrastrará a Netanyahu a la mesa de negociaciones, así sea necesario llevarlo a la fuerza pataleamndo y gritando.
Mientras tanto, un Netanyahu asediado en el contexto israelí puede ganar puntos de popularidad con la derecha de su país pretendiendo ausmir una postura desafiante frente a la administración de Biden.
Todo esto es pura pantomima, pues la confrontación nunca llegará a materializarse. La “visión” estadounidense no es más que un simulacro.
La solución del No Estado
La verdad es que, siendo consciente de que Israel nunca permitiría ni siquiera el más circunscrito de los Estados palestinos, Washington abandonó formalmente la llamada solución de los dos Estados desde hace años.
En las últimas tres décadas, Israel pasó de la pretensión —mantenida durante el proceso de Oslo— de que algún día podría conceder un Estado palestino de mentiras, desmilitarizado y aislado del resto de del medio oriente, a un rechazo frontal de cualquier tipo de Estado palestino.
En julio 2023, i.e. meses antes del atentado de Hamás del 7 de octubre, Netanyahu ya había declarado en una reunión parlamentaria israelí a puerta cerrada que las esperanzas palestinas de un Estado soberano “debían ser eliminadas.” ¿Estará el mismo Israel que se negó a aceptar un Estado palestino bajo el mandato de Abbas, el dirigente palestino que calificó de “sagrada” la coordinación en materia de seguridad con Israel, realmente dispuesto a entregar las llaves del reino después de todo lo que ha pasado ahora?
Cabe recordar aquí que fue el mismo Netanyahu quien en 2019 explicó a su partido de gobierno, el Likud, que la mejor manera de “frustrar definitivamente la creación de un Estado palestino” era “reforzando a Hamás y transfiriéndole dinero.” Esta posición no era marginal ni radical sino que era compartida por todos los estamentos militares y de seguridad de Israel.
La estrategia se logró mediante políticas israelíes diseñadas para dividir física y políticamente de forma permanente los dos principales componentes territoriales de un eventual Estado palestino futuro: Cisjordania y Gaza.
Los desplazamientos entre ambos territorios se hicieron prácticamente imposibles, e Israel cultivó liderazgos locales diferentes y antagónicos para cada territorio, de modo que ninguno de ellos pudiera pretender representar a todo el pueblo palestino.
En la reunión parlamentaria de julio, Netanyahu también insistió en que era de vital interés para Israel que la Autoridad Palestina (AP) se apuntalara en Cisjordania. Al mismo tiempo, la necesaria capital de un Estado palestino, Jerusalén, ha sido físicamente aislada de ambos territorios y despojada de cualquier tipo de representación política palestina. Como bien lo sabe la administración Biden, Israel nunca permitiría que un liderazgo palestino “moderado” se estableciera en Gaza, uniéndola a Cisjordania y reforzando los argumentos a favor de un Estado palestino soberano.
Enfocar la discusión en la quimérica solución de dos Estados sólo sirve como distracción de la verdadera solución que Israel está de hecho implementando en este momento de frente y a plena luz del día.
La población del norte de la franja ha sido desplazada a la fuerta para crear un corral aún más pequeño y superpoblado en el sur, asegurando que el enclave se convierta en “un lugar donde ningún ser humano pueda existir”, tal y como lo expresó Giora Eiland, ex asesor de seguridad nacional israelí.
El objetivo es evidente: expulsar a la población de Gaza al vecino territorio del Sinaí, en Egipto. Dadas las acciones pasadas de Israel [link añadido], la única conclusión razonable que se puede sacar es que a las familias de refugiados —algunas de ellas a punto de ser desplazadas por segunda o tercera vez— jamás se les permitirá el regreso.
La administración Biden podrá seguir fingiendo que está tratando de resucitar una inexistente solución de dos Estados. Pero la realidad es que Israel ha tenido el plan de expulsión —titulado el Plan de la Gran Gaza— en de su mesa de trabajo durante décadas. Hay informes que aseveran que Washington lleva apoyando la creación de un enclave palestino en el Sinaí al menos desde 2007.
Abbas, el líder sin poder
Partiendo del supuesto de que algo en Gaza sobreviva al actual ataque, el siguiente engaño de Blinken es la sugerencia de que Abbas y la Autoridad Palestina son capaces o están dispuestos a tomar el lugar de Hamás.
Existe, por supuesto, el asuntito de cómo podría Abbas gobernar a una población que le perdió el respeto por haberse acomodado sin cesar a todos los crímenes de Israel. Después de todo, su partido Fatah fue expulsado de Gaza en 2006 tras haber sido derrotado en las elecciones legislativas palestinas. Mientras observa pasivamente los horrores que se están produciendo en Gaza, Abbas sigue perdiendo aún más credibilidad entre los palestinos.
El ex embajador británico Craig Murray ha señalado que con Palestina como miembro de la ONU, Abbas podría activar la Convención sobre el Genocidio contra Israel. Esto daría pie a una sentencia del Tribunal Internacional de Justicia y pondría a Israel, Estados Unidos y el Reino Unido en una situación muy difícil. Pero Abbas ha vuelto a sacrificar a su pueblo porque prefiere abstenerse de provocar la ira de Estados Unidos.
Aún más absurda es la idea de que Israel permita a la AP gobernar a Gaza cuando a esa misma Autoridad no se le permite hacerlo en Cisjordania.
Abbas no tiene ningún tipo de control sobre el 62% de Cisjordania que de modo temporal los Acuerdos de Oslo colocaron bajo dominio israelí, un dominio que es ejecutado por el ejército y las milicias de colonos. Lo que Oslo pretendía que fuera temporal, hace tiempo que Israel lo convirtió en permanente. En otra área de Cisjordania, la AP no es más que una inconsecuente autoridad local que gestiona las escuelas y vacia las papeleras. Y en la quinta parte restante del territorio, principalmente las zonas urbanizadas, los poderes de Abbas son extremadamente limitados. La AP no controla ni las fronteras, ni el movimientos interno, ni el espacio aéreo, ni las frecuencias electrónicas, ni la moneda , ni el registro de población.
Lo único con lo que cuenta Abbas en estas ciudades es con una fuerza policial que actúa como contratista local de seguridad para el ejército israelí. Cuando el ejército israelí decide hacer el trabajo por sí mismo e irrumpe en una ciudad de Cisjordania sin previo aviso, las fuerzas de Abbas desaparecen en las sombras.
La idea de que Abbas pueda hacerse cargo de Gaza cuando es ya impotente en su propio « bastión » de Cisjordania no es más que un cuento de hadas
La irrealizable erradicación de Hamás
Pero quizá el más fraudulento de los engaños de la Casa Blanca es la suposición de que Hamás —y por extensión, toda la resistencia palestina— pueda ser erradicado de Gaza.
Los combatientes palestinos no son una fuerza alienígena que invadió el enclave. No son ocupantes, aunque así los presenten todos los gobiernos y medios de comunicación occidentales, sino que surgieron orgánicamente de una población que ha soportado décadas de abusos militares y opresión por parte de Israel. Hamás es el legado de ese sufrimiento.
Las políticas genocidas de Israel —a menos que la idea sea la de aniquilar a absolutamente todos los palestinos de Gaza— no moderarán ese impulso de resistencia. Israel simplemente está inflamando más la ira y resentimiento, y les está dando un motivo aún más fuerte para la venganza. Incluso si Hamás desapareciera, surgiría otro grupo de resistencia, probablemente más desesperado y despiadado, dispuesto a ocupar su lugar.
Es poco probable que la mayoría de los niños palestinos que están siendo bombardeados y aterrorizados, que se han quedado sin hogar y/o sin familia, que han sido testigos de cómo sus seres queridos han sido asesinados, crezcan para convertirse en jóvenes embajadores de paz. Es más probable que su derecho de nacimiento sea la pistola y el misil y que su ambición la de vengar a sus familias y restaurar su honor. Israel y Estados Unidos saben esto, pues la historia está repleta de lecciones de este tipo que han sido enseñadas a colonizadores y ocupantes codiciosos y arrogantes.
Pero su objetivo, digan lo que digan, no es una solución ni una resolución, sino una guerra permanente. De lo que se trata es de perpetuar el “ciclo de violencia”, pues esto les permite engrasar las ruedas de los tanques de la rentable maquinaria bélica occidental engendrando a los mismos enemigos de los que, dicen, es necesario proteger a los pueblos de occidente.
Ya sea que se devuelva a los palestinos a la Edad de Piedra en Gaza, como desean desde hace tiempo los mandos militares israelíes, o se les expulse y fuerce a vivir en campos de refugiados en el Sinaí, ellos no aceptarán un destino en el que se les considere como “animales humanos”.
Su lucha continuará, e Israel y Washington tendrán que seguir inventando nuevas historias, cada vez más fantasiosas, para intentar convencernos de que Occidente tiene las manos limpias.
** Jonathan Cook es autor de tres libros sobre el conflicto palestino-israelí y ganador del Premio Especial de Periodismo Martha Gellhorn. Su sitio web y su blog se pueden acceder aquí.