La prensa libre y la propaganda
Cualquiera con un ápice de sensibilidad política y ciertas nociones de historia nacional sabe que los medios dominantes han estado alineados con las narrativas de sucesivos gobiernos de Colombia que desde siempre, y hasta agosto de 2022, han sido de derecha, es decir, gobiernos cuyos proyectos políticos han sido concebidos e implementados en función de los intereses de los dueños del capital y del desarrollismo capitalista. La razón de esto es muy simple: los grandes conglomerados mediáticos de Colombia han pertenecido o pertenecen a grupos económicos o familias —como la dinastía presidencial/periodística de los Santos— con enorme poder económico, político y cultural, y los y las periodistas que en dichos medios trabajan (por razones varias) suelen estar alineado.as ideológicamente con sus casas editoriales.
La implicación directa de este hecho es que quienes han puesto el capital para montar medios masivos en Colombia —los tradicionales, como Caracol, El Tiempo, El Espectador, y RCN, y los más recientes como La Silla Vacía— tienen un conjunto de intereses políticos y económicos privados que más frecuentemente que no, están en tensión directa con los intereses políticos y económicos de la ciudadanía del común urbana y rural. En especial la rural. Vale la pena recordar, por ejemplo, que durante las elecciones presidenciales de 2018 —la primera vez en la historia del país que un candidato de izquierda pasaba a la segunda vuelta— El Tiempo decidió quitarse el disfraz de prensa neutra y publicar un editorial respaldando abiertamente a Iván Duque.
La manera cómo estos eventos han sido enmarcados por los medios da cuenta de que lo que está en juego es una lucha sin cuartel para retomar control de la narrativa, un control que los mismos medios perdieron en las pasadas elecciones cuando, a pesar de un intenso trabajo de propaganda en su contra, la Colombia Humana llegó a la presidencia. Lo del viaje de Márquez, por ejemplo, constituye en sí un modelo paradigmático de lo que significa fabricar un escándalo (destilando racismo) para manufacturar la opinión : que Márquez está abusando de su rol para “derrochar” el dinero del estado, una idea que fácilmente puede ser extrapolada al acto de corrupción.
Las declaraciones de Marulanda también ofrecen otro caso de estudio. Cambio, por ejemplo, eligió reportar el asunto dándole la palabra a María Fernanda Cabal —actual líder de la extrema derecha— y tituló el artículo “¿Un presidente puede ser defenestrado? Cabal dice que sí”, una elección de interlocutora y de título que no tienen nada de neutro y que provee un claro marco de referencia previo para la interpretación de lo que se está cubriendo. Juanita León, por su lado, escribe un artículo —titulado “El temor a que Petro debilite la democracia, por ahora, la fortalece”— donde reporta de modo descontextualizado varios asuntos desconectados entre sí —incluidas las declaraciones de Marulanda— con el evidente propósito retórico de avanzar la idea sugerida por el título mismo, que Petro es un peligro para la democracia.
La Audiencia Única de Aporte a la Verdad de Salvatore Mancuso —donde el testigo señaló formalmente a Francisco Santos y al periódico El Tiempo (entre otros) de ser cómplices del paramilitarismo— en cambio, no fueron considerados por esos mismos medios, periodistas y comentaristas como dignas de atención. Peor aún, un trino de Gustavo Petro respecto a las declaraciones de Mancuso, les proporcionó, a quienes lo estaban buscando, un pretexto ideal para enterrar completamente el evento mismo y re-enmarcar el asunto dentro del tema general que a todas las luces buscan avanzar, a saber, que Gustavo Petro es un proto-dictador.
Dicho trino portaba sobre el paramilitarismo en Antioquia y lo que se conoce como la “parapolítica” —la alianza entre políticos y empresarios con los paramilitares— y cuenta con la siguiente oración (citada de modo fragmentario por quienes están fomentando el escándalo): “El paramilitarismo no fue sino una alianza del narcotráfico con buena parte del poder político y económico de Colombia y un sector de la prensa tradicional para desatar un genocidio sobre el pueblo” (énfasis mio). Esta información no corresponde a una interpretación sesgada de la historia colombiana, sino a una simple declaración factual. Entonces, y aunque es cierto que el uso de Petro de su cuenta de Twitter suele dejar mucho que desear, en esta ocasión queda claro que de las cuatro oraciones que componen el trino en cuestión, ninguna falta a la verdad, y mucho menos, coarta la libertad de prensa. Sin embargo, medios dominantes, periodistas y la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) eligieron reportarlo de forma descontextualizada e introduciendo elementos nuevos que de ningún modo se desprenden del trino original.
Las reacciones al trino de Petro —formales (columnas de prensa) e informales (trinos e hilos de Twitter) publicadas desde el 10 de mayo (hasta al menos el 15 de mayo)— constituyen otro vasto archivo de estudio. Aún así, considero que la más importante —porque cataliza el escándalo— es el comunicado oficial de la FLIP que se titula “El presidente Petro endurece su discurso contra el periodismo y alienta su criminalización” pero no proporciona evidencia alguna que justifique semejante título.
Si el párrafo de apertura hace una vasta generalización (injustificada en el texto mismo) cuando afirma que Gustavo Petro “ha atacado de manera reiterada y ha promovido una imagen negativa sobre el periodismo y los medios de comunicación en su conjunto”, el segundo va aún más lejos y lo acusa de que “interfiere en cómo y qué deben cubrir los medios de comunicación que lo controvierten”. Como evidencia mencionan tres trinos, el primero de los cuales, dicen, “acusaba de forma genérica a ‘un sector de la prensa tradicional para [sic] desatar un genocidio sobre el pueblo’”, lo cual es una citación fragmentada y descontextualizada de una de las cuatro oraciones del trino de Petro que, como dije anteriormente, fue formulado en un contexto muy preciso: los señalamientos por parte de Mancuso (uno de los principales actores del conflicto) a miembros de la élite política y económica de colaborar con el terrorismo paramilitar que dejó centenas de miles de muertos, mayoritariamente en la Colombia rural.
Es tan evidente el esfuerzo de decontextualización de parte de la FLIP, que ni siquiera se dieron cuenta de que al cortar la frase del modo que lo hicieron introdujeron un error sintáctico que induce a un error semántico garrafal. En efecto, cuando se lee con atención, la proposición que avanza la FLIP es que la “acusación genérica” a la prensa de la que lo acusan, Petro la está haciendo “para desatar un genocidio”.
Entonces, en vez de proporcionar evidencia sobre la cual apoyar las acusaciones que lanzan contra el presidente, lo que la FLIP está haciendo es avanzar una tergiversación pura y dura, pues el trino contextualizado de Petro que da pie al comunicado no tiene nada que ver con el acto del que lo acusan. Aún así, la tergiversación es retomada por La Silla Vacía, para quien la acusación de la FLIP marcaría “un nuevo límite en la tendencia de @petrogustavo a desacreditar historias o investigaciones que no le convienen”. Por supuesto, al igual que la FLIP, La silla Vacía tampoco menciona la Audiencia ante la JEP, ni a Mancuso, ni a El Tiempo, ni a las víctimas de los paramilitares, ni a las AUC, sino que introduce nuevos elementos, aparentemente sacados del sombrero.
La descontextualización, en términos generales, es una estrategia básica pero efectiva en el ejercicio de manipulación de la información. En este caso particular, le está sirviendo al gremio —que como expliqué al principio de esta entrada tiene una agenda propia en fuerte tensión con la del actual gobierno— para quitar el foco de las graves acusaciones de Mancuso (que salpica a los medios y a la oligarquía) y ponerlo donde quieren.
En términos retóricos puede decirse que el comunicado fue efectivo en su apelación al pathos —la defensa de la libertad es una fórmula que funciona bastante bien en el mundo occidental— y al ethos —es un comunicado de una entidad cobijada por el manto de la (supuesta) neutralidad ideológica que le otorga el mismo título de “fundación” que porta en el nombre. Más aún, y precisamente por la apelación al ethos y de forma tautológica, el comunicado ya se convirtió en la fuente madre (evidencia misma) de los tintes autoritarios de Petro.
Todo esto conduce a reflexionar sobre el término mismo de libertad de prensa, el cual tiene sentido en contextos donde el estado posee todos los medios de comunicación y/o usa poderes especiales para cerrar medios o encarcelar periodistas que reportan lo que no les conviene. De ninguna manera el trino de Petro que sirvió como punto de partida para la fabricación de este escándalo (y de hecho ninguno de los otros dos mencionados en el comunicado de la FLIP) pueden entenderse como muestras de que el gobierno actual “alienta la criminalización del periodismo” y/o pretende coartar la libertad de expresión.
Esto significa, entonces, que la FLIP no está interviniendo en el debate para defender dicha libertad, sino para hacerle propaganda a la idea de que Gustavo Petro está poniendo en riesgo la libertad de prensa, la cual es congruente (o se desprende) de la idea más global que el ecosistema de medios colombianos insiste en fomentar: que el gobierno de Gustavo Petro es un peligro para la democracia y la democracia, maestro, hay que defenderla como sea.